MANVA NEGRA: «Lucero no necesitaba ser pulcro, necesitaba ser verdadero»

Manva Negra es una de esas artistas para quienes la música no se convierte en un género ni en una forma, sino en una manera de sobrevivir y de entablar un diálogo honesto consigo misma. Su álbum debut, Lucero, no es solo un trabajo musical, sino un espacio emocional donde el flamenco, el sonido urbano y el silencio coexisten en igualdad de condiciones.
Originaria de Murcia, con una conexión profundamente arraigada a la tierra, la memoria y el cuerpo, Manva Negra construye su propio lenguaje: el folclore como un proceso vivo, como conflicto y presente, y no como un pasado decorativo. En Lucero son importantes la respiración, las pausas, la imperfección: todo aquello que normalmente se intenta «corregir», pero que aquí se convierte en la esencia.
En esta entrevista para FOTKAI habla de la fragilidad y la fuerza, del cuerpo como brújula, de decisiones de producción que deben seguir siendo incómodas, de cartas de fans, de vidas salvadas y de ese momento antes de salir al escenario, donde todo apenas comienza.
Has dicho que Lucero es un álbum muy personal. ¿Qué sonido o detalle musical de él te devuelve con más frecuencia al momento más difícil de su creación — y por qué?
Hay un sonido muy concreto que siempre me devuelve a ese lugar: la respiración antes de entrar a cantar, cuando decidimos dejarla sin limpiar. No es un efecto, es fragilidad real. Cada vez que la escucho recuerdo que estaba cantando desde un sitio donde no había defensa posible. Ese aliento es el punto exacto donde empieza la verdad de Lucero.
Combinas raíces del flamenco con sonidos urbanos y otras influencias. ¿Hubo algún momento en que estos «lenguajes» musicales se negaban a combinarse — y cómo encontraste la solución?
Al principio se repelían, sí. La solución fue dejar de pensar en géneros y empezar a pensar en cuerpo: qué ritmo me pedía el pecho, qué silencio necesitaba la letra. Cuando el cuerpo manda, los lenguajes se entienden solos.
¿Qué pequeño rasgo de carácter o hábito te salvó en el período más difícil de trabajo sobre Lucero — y se convirtió en tu recurso creativo oculto?
La obsesión por repetir. Volver una y otra vez al mismo verso, al mismo compás, atravesar la historia hasta ser lo más precisa posible en palabras y sonido, aunque doliera. No buscaba perfección, buscaba verdad. Ese hábito, casi terco, fue mi refugio creativo sin que yo lo supiera.
En una entrevista mencionaste tu participación en la producción de tus propios temas. ¿Qué es más importante para ti — la honestidad del sonido o la manera de presentar la canción al oyente? ¿Y qué decisión del productor te desconcertó con más frecuencia?
Para mí la honestidad lo atraviesa todo. La forma solo tiene sentido si parte de ahí. Cuando un artista se sube a un escenario y es capaz de emocionar desde lo que es, se produce una conexión real.
Como productora, lo que más me desconcertaba era cuando una decisión técnica «embellecía» algo que necesitaba ser incómodo. Aprendí a defender lo incómodo. Y eso también es belleza.
Imagina que uno de tus temas es un paisaje vivo. ¿Qué lugar de España te recordaría — y por qué precisamente ese?
Un amanecer de verano en mi tierra, Murcia. Yo de niña, mi abuelo sacando las borregas al pasto y cantando. Ahí empezó mi amor por la música. Entre montañas, naturaleza y afecto. Todo lo que hago me lleva a ese lugar, porque lo que viví y sembré allí es lo que hoy suena en todas mis canciones, siempre llevo conmigo la raíz.
¿Qué tesis incorrecta o simplificada sobre el «folclore» relacionada con tu música te irrita más?
La idea de que el folclore es algo antiguo, cerrado o decorativo. El folclore está vivo, es conflicto, es presente. No es nostalgia: es memoria activa.
¿Hubo momentos durante la creación del álbum en los que decidiste conscientemente ocultar algún detalle personal — una línea, un sonido, un fragmento de historia — por tu propio bienestar interior?
Sí. Hubo frases que nunca puse. Aunque siempre he defendido una letra sin tapujos, había palabras demasiado duras de escuchar, no solo para mí, sino para las personas implicadas en la historia. Por respeto, decidí no incluirlas. Siguen siendo personas a las que quise, aunque ya no estén en mi vida.
¿Ha habido algún tema que surgiera gracias a la historia o carta de un fan? ¿Puedes contar brevemente esa historia?
Todo está basado en mi historia, y en momentos preciso de ella. Aunque fueron muchos mensajes parecidos de personas que se sentían culpables por no odiar a quién les hizo daño. Esa contradicción es una de las grietas importantes en el disco, donde lo cuento sin tapujos.
Además, lo más grande que me ha pasado fue recibir mensajes diciendo que Lucero les había salvado la vida. No hay nada más importante que eso.
Si grabaras un mini-álbum en otra cultura, ¿qué de tus raíces españolas llevarías contigo y qué permitirías que el nuevo entorno cambiara en tu sonido?
El quejío, el sentido del compás y la importancia del silencio. Y dejaría que el nuevo entorno transformara los ritmos, las texturas, incluso mi forma de frasear. Mis raíces no son un ancla: son una base desde la que moverme.
¿Qué sonido o elemento inesperado apareció en el estudio durante el trabajo en Lucero — y por qué decidiste mantenerlo en la letra o el arreglo?
En el «Hijo De Dios» que se grabo en vivo, hay un par de golpes por accidente, casi un ruido, que parecía fuera de sitio. Lo dejamos porque rompía la comodidad del arreglo. «Lucero» no necesitaba ser pulcro, necesitaba ser verdadero.
¿Ves algún riesgo de que la industria intente convertir tu historia en un «mensaje» simplificado para la promoción — y cómo planeas enfrentarlo?
Sí, ese riesgo existe. Que se convierta en un mensaje digerible. Mi manera de enfrentarlo es no repetir el relato como eslogan y dejar que la música siga siendo compleja.
¿Qué sentimiento concreto te gustaría dejar en el oyente dentro de 20 años — si tu música se percibiera como parte del folclore nuevo y contemporáneo?
Acompañamiento. Que alguien escuche una canción mía y piense: no estoy sola en esto. Y que, aunque me hayan escuchado mil veces, no deje de hacerles vibrar ni puedan evitar emocionarse y sentirse conectados con su yo más profundo, porque en este mundo donde todo va tan deprisa, no hay mayor regalo que el que te hagan vibrar, aunque sea por un solo instante.
FOTKAI a menudo captura no solo grandes conciertos, sino también momentos del «tras bastidores», donde público, artistas y espacio se entrelazan. Si pudieras contar la historia de tu música no con sonido sino con imágenes, ¿qué momento de tu vida o carrera te gustaría capturar y mostrar junto con un tema?
El momento justo antes de salir al escenario, cuando aún no hay aplausos. Ese instante suspendido donde todo está a punto de pasar. Ahí es donde me armo de fuerzas y me llevo conmigo a mis ángeles que siempre me acompañan. Pero, el momento que siempre captaría de este proyecto es encima del escenario, ahí es donde mas pura y de verdad soy, y donde siento que nadie puede pararme. Subirme al escenario es como un derroche de todo lo que he sentido y siento en su máximo esplendor.













